Como dos tonos de ocre que se superponen, José Soto une a su condición de pionero de la vanguardia artística de su tiempo la de cometa fugaz con desaparición misteriosa. La modernidad de su obra se evidencia cuando comprobamos lo bien que han envejecido sus campos de color después de cuarenta años, especialmente en comparación de tanto decrépito bodegón de hace diez o algunos paisajes de la temporada pasada. Ahora hemos descubierto que abandonó voluntariamente la pintura antes de convertirse en insincero o repetitivo, y la brevedad de aquella obra interrumpida se compensa ahora con la actualización en gran formato.
Todo ese contraste de color, ese ritmo sin estridencias y esa sutileza de tintas litográfica parece que Soto lo hubiera pensado para colgarlo en un claustro cartujo. Hasta el 9 de septiembre en el CAAC de Sevilla.